Aracataca, el lugar que buscaba
jueves 10 febrero 2011, por Ingrid Briggiler:
(A esta nota la escribí hace un tiempo, pero no la había publicado y aquí se las dejo.)
Viví dos días en Aracataca, el pueblo natal de García Márquez en el cual se inspiró para escribir el libro que lo llevó al Nobel, Cien años de soledad.
Llegué recomendada por Jaime García Márquez quien me contactó con Rafael Darío Jiménez el señor que se animó a volver a Aracataca después de sus estudios y otros trabajos en la capital del país. Y digo esto porque sí es importante, ya verán por qué.
De Barranquilla me tomé un colectivo moderno que me dejó en la puerta del pueblo. Como era la hora de la siesta no había nadie en las calles y hacía un calor que mataba, pero era eso lo que estaba buscando, vivir en la novela de García Márquez por un rato. Me fui en ciclo-taxi hasta el restaurante Gabo, donde Victoria, la mujer de Rafael Darío, me cocinó un pollo grillado, con arroz y patacón riquísimo. Al rato llegó Tim, un personaje raro si los hay.
Tim es un neerlandés que hace unos meses vive en Macondo porque una vez llegó hasta allí, sin conocer mucho acerca del escritor, y se enamoró del pueblo, de la gente y decidió instalarse ahí. Él tiene un hostel, donde pasé la noche, The Gypsy Residence. Y es muy raro ver a un “gringo” formando parte del paisaje de Macondo, desencaja pero al mismo tiempo se adapta a la perfección a la quietud del lugar. Ya hizo muchos amigos, todos lo conocen y además milita a favor del desarrollo cultural de Aracataca intentando atraer al turismo internacional, pero también interviniendo en talleres para los ciudadanos. Y todo lo hace de la mano de Rafael Darío, juntos formaron la Fundación “El Macondo que soñamos” y tienen más de veintiocho proyectos es marcha y muchos más planeados.
Tuve la suerte de poder compartir con estos hombres todas sus inquietudes acerca del desarrollo de Aracataca y me fueron contando paso a paso cuáles son sus planes y cómo piensan llevarlos a cabo. Hay desde talleres de integración para adultos de la tercera edad con jóvenes niños, hasta el taller “Gabo lectura” que está a cargo de una docente retirada apasionada de los libros de Gabo y que de esa forma intenta difundirlos.
Cuando di mi primera ojeada al pueblo me pareció un pueblo vacío, un poco chato y sin mayor interés, porque no hay muchas cosas entretenidas para hacer si uno va en busca de algo novedoso. Pero cuando, paso a paso, uno se va metiendo en la historia del pueblo, cuando uno conoce a su gente y visita los mejores lugares, uno entiende por qué Aracataca fue la base para escribir semejante novela.
Después de comer, me fui con Tim a su casa, el hostel, organicé mis cosas, me dio a elegir una habitación (porque justo estaba vacío) y volvimos a salir al sol de las tres de la tarde, pero esta vez en bicicletas. Y anduvimos hasta que oscureció a las cinco y media. Recorrimos el pueblo de arriba abajo, fuimos por los distintos barrios, pasamos por la biblioteca “Remedios la Bella”, fuimos a la famosa estación de ferrocarril, visitamos la iglesia, la plaza, la casa del telegrafista, la primer escuela de Gabito, los descampados, pero fue en un momento cuando yo sentí que estaba en Macondo.
Estaba muerta de calor, transpirando en la bici. Había descampado hacía un lado y matorrales del otro, y sin darme cuenta, de un segundo para el otro llegamos al Río Cataca o Aracataca. Cuando lo vi, tal cual lo tenía recreado en mi imaginación, me emocioné hasta las lágrimas, aunque no las largué porque estaba Tim y me daba vergüenza. Ahora me arrepiento un poco de eso.
Ver el río que bajaba con una corriente fuerte, a muchos chicos nadando y jugando, otros bañándose, algunos pescando y señoras lavando la ropa me generó un nudo en la garganta porque nunca me imaginé que todo lo que Gabo decía era tan real. Había abuelas bañando a sus nietos con jabón en el río fresco, lavándoles los calzoncillos y retándolos para que no se vayan a jugar por ahí. Después conocí a una señora que estaba lavando la ropa, ella estaba metida también en el río, tenía una tabla para apoyar la ropa, un jabón “negro” que le llaman ellos que es un rejunte de restos de otros jabones y un cepillo. Más lejos venían unos chicos ya más grandes, de 20 años me imagino, que traían pescados en una bolsa.
Y yo estaba ahí, estaba pisando el lugar que tenía en mi imaginación y no tenía parte de debajo de la malla para disfrutar yo también del agua, pero me saqué las zapatillas, las medias, la remera y me metí con la bermuda. “Mejor” me dijo Tim después, “acá la gente se baña con ropa, sino después todo el pueblo hubiese hablado de vos”. Y yo me acordé un poco de los pueblos nuestros, de San Guillermo, de Santo Tomé y de Santa Fe, por qué no. De los conventillos que se forman y como se distorsionan cada vez que se transmiten de persona a persona.
El agua estaba helada, “porque viene de la Sierra Nevada” me dijo una chica, “pero te metes y en seguida se te pasa el frío”. Me metí y fue delicioso, me quedé un buen rato charlando con todos, nadando, dejándome llevar un poco por la corriente y disfrutando de ese momento único en la vida. Fue un segundo donde se paró el mundo para mí y solo pensaba en estar ahí, en ese instante.
Después Tim se aburrió un poco de esperarme (chiste) y tuve que salir del agua para seguir el recorrido en las bicicletas. Dimos más vueltas, seguimos saludando y conociendo gente hasta que rendidos del cansancio nos fuimos al hostel a comer algo.
Yo no me tuve que bañar de nuevo, porque en el río le había pedido prestado el jabón a una mujer y me bañé ahí con ellos.
Cociné dos huevos fritos que comí con pan, Tim comió unas pastas que ya tenía preparadas del medio día y más tarde volvimos a salir.
Esta vez fuimos sin vueltas a encontrarnos con Rafael Darío, porque yo todavía no lo había conocido. En el camino le pregunté a Tim “¿Y cuándo me vas a llevar a la famosa casa del Gabo?”. “A la vuelta pasamos” me dijo él restándole importancia.
Fuimos al restaurante Gabo, y tocamos la puerta del costado, donde vive Rafael Darío con su mujer Victoria. Y en seguida sacó unas sillas para que nos acomodemos todos en la vereda a charlar un rato, un rato largo. Hablamos de literatura, del pueblo, de los libros del Gabo y de otros autores. Me contaron sobre su fundación “El Macondo que soñamos”, sobre sus proyectos, sobre los planes del gobierno, sobre qué pasará con el turismo ahora que se van a abrir las “Rutas de Macondo” y no nos cansamos. Seguimos charlando hasta que se hizo muy tarde en la noche (22.30 hs que para ellos ya es demasiado para estar despiertos).
Me fui a dormir con una sensación rara de haber incorporado muchos conocimientos y experiencias de vida a mi mente, cada palabra de Rafael inspiraba pasión y amor hacía la sociedad donde él vivía, ganas de cambiar las cosas malas y mejorar las buenas, espíritu de lucha y generosidad. Haberlo conocido fue una de las mejores cosas que me pasó en el viaje hasta ahora, aprendí mucho de él y me llevo un recuerdo muy cálido de su persona.
Al otro día salí sola, fui a la casa de Gabriel, estaba como desesperada por llegar, la noche anterior la había visto, pero de afuera y en realidad no me había llamado la atención, pero quería verla por dentro y ver qué me pasaba con eso.
Llegué a la casa y fue lo peor que hice en Aracataca, visitar esa casa de mentirita. La casa original de los Márquez Iguarán (los abuelos de Gabo) se incendió, luego la volvieron a reconstruir, pero una vez que la vendieron se derrumbó. El gobierno de la ciudad (o no me acuerdo bien quién) la volvió a construir, pero se volvió a caer toda la casa completa y hace un año la Universidad de Magdalena se hizo cargo de la casa, la reconstruyó y ahí está ahora, una casa nueva que nada tiene que ver con lo que uno se imagina, pero que tampoco tiene nada que ver con lo que era en realidad. Para darles una idea general de lo que digo, la mesa principal del comedor sólo tiene lugar para ocho personas, mientras que en los libros de Gabo eran más de doce los que siempre se sentaban alrededor de la mesa.
La noche anterior, cuando fui a ver la casa por primera vez, me senté un rato en la vereda de la casa de al lado, en las mecedoras de las señoras vecinas y charlamos un rato de la casa, de la familia y de todo un poco. Lo primero que me dijeron fue que la casa no era ni parecida a como era antes. Me alegró saberlo porque no quería que fuera solo una sensación mía. Y me contaron que vivieron ahí, en esa misma casa cuando los abuelos de Gabo se la vendieron y que después vino el Estado a comprarla cuando Gabriel ganó el premio Nobel y que se la vendieron por dos pesos.
También visité la casa del telegrafista y ahí sí me sentí contenta de tocar parte de la historia del pueblo.
Cuando me fui, me fui feliz porque había encontrado buenas personas y porque había estado donde quería estar. Me prometí a mí misma volver y difundir el turismo en Macondo, todos los que leyeron a García Márquez deben visitar Aracataca si algún día llegan a Colombia.
sábado 19 febrero 2011 a las 2:28 PM
Hahahaha, Tim Buendía, un personaje raro? Hahahahahah
Saludos del neerlandes de Macondo!
domingo 20 febrero 2011 a las 11:17 AM
Gracias Ingrid, por los muy buenos comentarios que apasionadamente manifiestas sobre nuestro terruño Aracataca.Recuerda lo que dijo el Nobel de Literatura peruano: «Para conocer a la verdadera Aracataca hay que cerrar los ojos y dejar que la fantasía se ponga a cabalgar.»
sábado 26 febrero 2011 a las 11:00 AM
Ingrid que gusto saber que tu paso por Aracataca te dejo buenisimos recuerdos y vivencias…. igual que tu cuando conoci a Rafael Dario tuve muchas sensaciones sobre el pueblo, su historia, los compromisos que el siente con el territorio… conocer a su esposa y a sus hijas tambien fue algo muy grato… Rafa es una persona pujante y de nobel sentimientos… soy una Cartagenera que puede decir que siente un gran aprecio por Rafael Dario Jimenez y su familia…
sábado 26 febrero 2011 a las 11:15 AM
Que envidia de la buena!!!! tu viaje es inspiración Gabo es increible lo leo desde que tenia 13 años…..
miércoles 18 mayo 2011 a las 7:06 PM
hola ingrid! que alegria encontrar este blog en la red, leo que conociste a mi padre asi que me imagino te hablaria sin parar por un buen rato jajaja…encantada con tu escrito sobre Aracata seguro inspiraras a otros para que tambien visiten la tierra del tio Gabito!